ESA FUE LA CALIFICACIÓN QUE LE DIO EL CURA TOVAR
El motivo que haya tenido el cura “Don Camilo” Tovar para echar al Grupo Scout N° 252 “San Benito” de su sede podrá solaparse de mil maneras lo que se hará seguramente; saldrán a la luz muchas excusas; habrá mutuas acusaciones, que seguramente levantarán el concepto que se tiene por estos días de la iglesia católica.
Lo lamentable es, por cierto, que para justificar una arbitrariedad, se apele al “sermón de la montaña” y se califique nada menos que de secta a una agrupación nacida con la idea de servir de contención a la niñez y juventud.
Nada más desafortunada calificación la de “Don Camilo” que ha tenido nuevamente una salida de cadena sin justificación para un pastor de almas. Me revelo ante la agresión innecesaria, me revelo ante el agravio que esconde otras motivaciones; me transforma la calentura que tengo en el “Don Pepón” del célebre Giovanni Guareschi de los años ’50.
Calificar de secta al grupo scout es un atropello sin límites, toda vez que en 46 años de vida prestó un servicio comunitario permanente en toda oportunidad que se dio y sirvió a la iglesia en su logística a través de largos años.
Más grave todavía es darle un calificativo tan agraviante, al rotular de secta al grupo scout que ha servido por tanto tiempo de contención a cuantos niños y niñas con dificultades, con problemas familiares, con problemas de inserción, con problemas económicos tuvimos en nuestra localidad.
El grupo scout no se trata de una escuela privada a la que tiene acceso una clase social con capacidad económica para abonar una elevada cuota mensual (lo que no quiero decir que no sea bueno y útil para una franja de la sociedad); se trata de otra cosa, el grupo scout sirvió para una franja mucho más humilde de nuestra sociedad; fue guía y aprendizaje para los que necesitaban, para los que no tenían acceso a mejores posibilidades para “integrarse”. En el grupo estuvo el palenque que los contuvo, que contribuyó con su educación, que contribuyó con su aprendizaje, con el descubrimiento del yo de cada niño o adolecente, que lo ayudó a vivir en comunidad, en grupo, que lo ayudó a apreciar la naturaleza, a defenderse con sus propios medios en ella, a la supervivencia, a compartir en la necesidad, a interpretar las órdenes a través de señales, en fin, todo un sistema para hacerlos fuertes de espíritu y ser disciplinados consigo mismo.
Si esto es una secta ¿qué nos queda entonces para creer en estos tiempos en que la sociedad reclama la recreación de formas de contención a tanta agresividad juvenil, a tanto alcohol, a tanta droga, a tanta delincuencia, a tanta playstation, a tanta pornografía, a tanto chat, a tanta web sin control alguno?
¡Secta!... Debería revisar sus libros doctrinarios este cura oscurantista para descubrir si en aquel lejano 325 en el Concilio de Nicea no nació una secta acomodada a los intereses del imperio romano y permitió que el emperador Constantino pusiera las condiciones tendientes a sostener una maquinaria tan degastada que pronto sucumbiría en la disolución total; como un recuerdo quedan todavía los atavíos romanos que fueron transformados en ornamentos religiosos.
¡Secta, es el odioso calificativo para el grupo scout surgido de quien, supuestamente, fue designado para recuperar el rebaño!