Tribuna de Opinión
"La pituitaria humana puede pasar por alto cualquier cosa, salvo el olor a los cadáveres
... cuando quedaron al aire libre" (H. Ibsen)
La ceguera y el desprecio suelen acometer a los innobles cuando, súbitamente, se hallan frente al escenario donde yace, exánime, el cuerpo de un derrotado.
Quienes antes se erguían muy cercanos a su sombra -y hasta, algunos, muy amigos- huyen disimuladamente como ratas. Y la abandonan sin piedad. La desbandada es tan evidente y tan desdorosa, que incluso alcanza a verse cómo se inventan disfraces de todo estilo para justificar el escape.
Ella, con el barro hasta las orejas, ha perdido el rumbo por completo.
Incluso, quizás también ignore específicamente, la trayectoria a tomar para la huída. Transita en zigzag, formando una enorme nube gris que la envuelve en el peor pábulo de confusiones desde que llegó a Balcarce 50.
Sus voceros superan con holgura la incoherencia y la contradicción.
Peor aún: ya invaden, alegremente, la pérdida absoluta de la noción de prójimo, en un enorme delirio de falsificación de la agonía.
-"Es la derecha paga" (...) "Es un atentado a la democracia"...
-"Es destituyente" (...) "No es espontáneo"...
Ella ha propiciado, y hasta se puede afirmar, que ha instruído a su cohorte de adulones para que se dinamite por completo el sentido de las proporciones con este tipo de inconsistencias vergonzosas.
En materia de credibilidad, timoneando hacia las rocas, la Emperatriz del Mal sabe perfectamente que, con su mano, encalló la República.
En lo que va de su gobierno, no pudo detener en ningún momento su propio derrumbe estrepitoso. Más de veinte problemas graves fueron agregándose, uno por uno, al escenario desastroso que nunca quiso abordar y que, desde ese descarrilamiento interminable, ha venido a golpear ahora los bordes mismos de una cadena de constancias que son más que abrumadoras.
Los manotazos para buscar excusas en el exterior son, sin duda alguna, su mayor tragedia.
Por cuanto, es precisamente el marco externo lo único que aún la ayuda. Y sus cómplices proceden insólitamente, como en un teatro en el que representan una comedia trágica.
Una payasada ilustre, como las que describe Dante en sus ensayos. Una salvajada mentirosa arrancada de cuajo de 'De Vulgari Eloquentia'.
Saben que dicen una cosa absolutamente mentirosa y ridícula, pero la sostienen. Porque les consta que existe un porcentaje gigantesco de gente que no alcanza a comprender semejante desvarío por una subcultura o una enorme marginalidad y, así, en ellos queda anidando la duda.
Manotean, casi grotescamente, alguna solución de jardín de infantes.
Y tratan de ensayar, con la tenacidad de una mula, un histrionismo tan módico que bascula entre la conmovedora adulación a los pobres y la paranoia de las mayores conspiraciones periodísticas.
Cuando la extravagancia hace carambola con el ridículo, hay que hacer un gran esfuerzo para no sospechar que se trata de una burla.
Nos está mintiendo a la cara y ni siquiera se esfuerza por ser creativa.
Ella falsifica hasta el café que le sirve a las visitas. Y no es una actitud nueva, por cuanto ya llega a unos límites de tal delirio que, como dijo Mark Twain, 'Nos hallamos hoy aquí... como quien esto escribe, pidiendo por favor... que nos mienta con un poco más de seriedad'.
Es la huída hacia adelante de una mentira dicha sobre otra, para formar este enorme cuadro de salvajadas que ya han logrado mutilar la fe pública y que, además -por la insuficiencia tan pueril de la tramoya- resulta un insulto burdo a nuestra inteligencia.
Para morir de un modo virtual, necesitan falsificar su agonía. El 8 de noviembre verán todos, aterrados, una multitud histórica. Pero histórica en Sudamérica, y no sólo en el país.
Y, como contraparte, estará ella. En su rol de negadora patológica, asistiendo a los funerales de su gestión pero, también, al velorio de la República.
Como los mafiosos en un velorio, querrá despedirse a tiros. Una mujer de negro. Una funebrera singular, aprendiz de ave rapaz, seleccionada un día como arquetipo magno de una gloria de alcantarilla. Una apasionada por la necrofagia política, y falsificadora de la valentía para combatir los íconos del desencanto popular.
Para vencer únicamente a los que ya están muertos.
Con las disidencias formidablemente multitudinarias y en silencio ante su vista, el 8 de noviembre la 'mujer de negro' querrá terminar rápido con la visión insoportable de ese velorio de su gestión en carne viva. Querrá descender de su sitial a empuñar el cajón institucional para inhumarlo -sin demoras– en el cementerio menos conocido. Uno que pueda regresando rápido a su trágico sistema planetario. A su averno personal... en donde el sol no existe.
Con las disidencias formidablemente multitudinarias y en silencio ante su vista, el 8 de noviembre la 'mujer de negro' querrá terminar rápido con la visión insoportable de ese velorio de su gestión en carne viva. Querrá descender de su sitial a empuñar el cajón institucional para inhumarlo -sin demoras– en el cementerio menos conocido. Uno que pueda regresando rápido a su trágico sistema planetario. A su averno personal... en donde el sol no existe.
Querrá cambiar la muerte de su gestión por la de todas las instituciones que ella misma colonizó y querrá disimular una inhumación con otra llevando un pobre féretro, con todo el séquito de su increíble teatro de verdaderos dramaturgos truchos. Esquilos del subdesarrollo.
Habrá una mueca en su boca, que se abrirá sólo para conmover a la piara con tono amenazante y asegurarse, allí mismo, de que todo se cuente y se interprete como ella quiere.... con la mirada ortopédica de su Ley de Medios.
La mujer de negro está dispuesta a despedirse a balazos, como en Siria, como en Libia. Como en las comarcas de sus amigos totalitarios. Nadie sabe cuando lo hará. Ella encontrará la hora.
La mujer de negro está dispuesta a despedirse a balazos, como en Siria, como en Libia. Como en las comarcas de sus amigos totalitarios. Nadie sabe cuando lo hará. Ella encontrará la hora.
Está dispuesta -sin la menor reverencia- a llevarnos a todos al peor lugar, para quedarse ella en la puerta, entregándonos las llaves de la bóveda. Y también las del cementerio.
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