Tribuna de Opinión
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CLIMA DE FINAL DE ÉPOCA PARA LOS FUNDAMENTALISTAS DEL CRISTINISMO
Hay que decirlo: el gobierno quedó absolutamente shockeado tras la multitudinaria marcha, y durante horas enteras sus principales funcionarios permanecieron en silencio, a la espera de alguna orden sobre qué hacer o cómo responder que proviniese de Olivos.
La presidenta les marcó el camino haciendo lo que mejor sabe: una perfecta clase de autismo y soberbia que espanta a más de uno de sus colaboradores, y hasta gestos de burla hacia aquellos que marcharon en su contra, como decir que lo más importante que paso el 8-N fue la reunión del Partido Comunista Chino.
La procesión va por dentro, como en otras tantas ocasiones. En el recorrido de ese pequeño calvario, en las primeras y segundas líneas de la administración ha empezado a hablarse de la "necesaria sucesión" a la que habrá que empezar a prestarle atención.
En el Gobierno se ha empezado a vivir un clima de final de época. Las chances de hacer una buena elección en las legislativas del año que viene, que permitan soñar con la posibilidad de reunir los dos tercios que se necesitan en el Congreso para impulsar la re-reelección eran casi nulas antes del cacerolazo, y terminaron de patentizarse después de que ollas y sartenes se acallaron.
Una Cristina en estado puro fue la que salió el viernes a decirles a todos los que protestaron que nada va a cambiar; que el rumbo es el mismo, y reforzado; que, si quieren otro modelo político o económico, se busquen alguien que los represente y se presenten a elecciones.
La presidenta entregó, tras la impresionante demostración en contra de su gobierno y de varias de sus políticas, una abrumadora muestra de necedad. Nadie debiera espantarse. Los archivos periodísticos registran una frase puntual que la pinta de cuerpo entero: "A necia y tozuda a mí nadie me va a ganar", dijo en un acto en el Salón de las Mujeres.
Conclusión: ella no va a escuchar, no va a modificar ni una coma. Va a morir de pie, como dice que le enseñó Néstor Kirchner.
La presidenta les marcó el camino haciendo lo que mejor sabe: una perfecta clase de autismo y soberbia que espanta a más de uno de sus colaboradores, y hasta gestos de burla hacia aquellos que marcharon en su contra, como decir que lo más importante que paso el 8-N fue la reunión del Partido Comunista Chino.
La procesión va por dentro, como en otras tantas ocasiones. En el recorrido de ese pequeño calvario, en las primeras y segundas líneas de la administración ha empezado a hablarse de la "necesaria sucesión" a la que habrá que empezar a prestarle atención.
En el Gobierno se ha empezado a vivir un clima de final de época. Las chances de hacer una buena elección en las legislativas del año que viene, que permitan soñar con la posibilidad de reunir los dos tercios que se necesitan en el Congreso para impulsar la re-reelección eran casi nulas antes del cacerolazo, y terminaron de patentizarse después de que ollas y sartenes se acallaron.
Una Cristina en estado puro fue la que salió el viernes a decirles a todos los que protestaron que nada va a cambiar; que el rumbo es el mismo, y reforzado; que, si quieren otro modelo político o económico, se busquen alguien que los represente y se presenten a elecciones.
La presidenta entregó, tras la impresionante demostración en contra de su gobierno y de varias de sus políticas, una abrumadora muestra de necedad. Nadie debiera espantarse. Los archivos periodísticos registran una frase puntual que la pinta de cuerpo entero: "A necia y tozuda a mí nadie me va a ganar", dijo en un acto en el Salón de las Mujeres.
Conclusión: ella no va a escuchar, no va a modificar ni una coma. Va a morir de pie, como dice que le enseñó Néstor Kirchner.
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