martes, 30 de agosto de 2011

COLUMNA DE OPINIÓN


Léala. No tiene desperdicio.
LA PLATA NO HACE LA FELICIDAD PERO PERMITE GANAR ELECCIONES
Por Nicolás Márquez
Le guste a o no a los historietistas rentados del régimen, gran parte de la gestión de gobierno del Presidente Jorge Rafael Videla (1976-1981) tuvo un consenso masivo en la población, no ya por haber puesto a la subversión contra las cuerdas sino porque se venía de un default de la hiperinflación peronista del “rodrigazo” en 1975, y durante los primeros años del Gobierno de facto disminuyó sensiblemente la inflación, se recuperó el crédito y las privatizaciones periféricas promovidas por el Ministro Martínez de Hoz generaron muy buenas expectativas en una clase media que deambulaba entre Miami y Río de Janeiro, consumiendo a borbotones novedosos productos que poco tiempo atrás eran de acceso imposible.
Luego, a poco andar la década del 80`, la crisis internacional del petróleo hizo peligrar el plan económico (la posterior devaluación del Ministro populista Lorenzo Sigaut le dio el tiro de gracia al plan de su antecesor) y fue a partir de allí cuando Videla dejó de ser elogiado por la opinión pública para convertirse en “represor y genocida”.
Entusiasmados por las presuntas bonanzas que traería el Plan Austral, el Presidente Raúl Alfonsín era aplaudido por las clases medias que veían al verborrágico mandatario como un estadista de fuste que nos iba a salvar con sólo recitar el preámbulo de la Carta Magna.
Sin embargo, tras la hiperinflación de 1987 (más la debacle de 1989), el “estadista” pasó a ser para el gran público no otra cosa que un demagogo, eurocomunista e incapaz que “no sabía, no podía ni quería” solucionar ni la espiral inflacionaria ni la implosión de la infraestructura estatal.
En la década siguiente, la estabilidad monetaria, la modernización acaecida con motivo de cierta apertura y la eficacia obtenida en los servicios públicos con motivo de las privatizaciones, el Presidente Carlos Menem dejó de ser el extravagante caudillo periférico e imitador de Facundo Quiroga para pasar a ser buen mozo, alto, refinado y dejó de ser “carlitos” para convertirse en “San Carlos”. Así lo confirma por ejemplo el hecho histórico de que en 1993 el candidato peronista Herman González arrasara en las contiendas de la ciudad de Buenos Aires (sector tradicionalmente “gorila”) y Menem ganara hasta 1997 cinco elecciones nacionales consecutivas (reforma constitucional incluida).
Pero ocurrió que los muy malos precios internacionales de entonces (los commodities valían el 20% de lo que hoy se cotizan) y el desmesurado déficit fiscal obrante, promovieron un creciente desempleo que además vino acompañado de una larga recesión. Luego, “San Carlos” pasó a ser el “turco mafioso”, “cipayo” y entreguista que “endeudó al país” y vendió “las joyas de la abuela”.
Anda circulando ahora un mail (presumiblemente con información de wikileaks), cuyo contenido explosivo comprometería gravemente al kirchnerismo y que por ende modificaría el rumbo electoral de las contiendas de octubre.
Supongamos por un rato que la información en ciernes es fidedigna y objetivamente escandalizante: ¿De veras cabe suponerse que cambiaría “la decisión” del votante?
Skanska, fondos de Santa Cruz, aduana paralela, bolsa de Michelli, valija de Antonini Willson, enriquecimiento de los K y sus Ministros (legitimados por las sentencias de Oyarbide), INDEC, nepotismo en el INADI, López y sus tragamonedas, la mafia de los medicamentos, las casitas populares de las Madres de Plaza de Mayo y un inacabable etcétera de felonías por todos conocidas, serían episodios más que suficientes como para que el votante medio hubiera “torcido” ya su voto en las primarias del corriente, y sin embargo, como vimos el gobierno cada vez obtiene más votos.
Cabe concluir entonces que el único “escándalo” que podría modificar la insoportable mansedumbre y llamativa docilidad de la mitad de los votantes del país, sería un problema económico vigente que altere la vida doméstica del elector.
Por ahora, el azar meteorológico y el contexto internacional se han encargado de anestesiar el bolsillo (y la indignación) de los hombres que habitan en la economía de mayor inflación del mundo, y por lo pronto, para el vulgo “El” sigue siendo “El” y no un “tuerto ladrón”, tal como lo llamarían si la soja tuviese otro valor.

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