EL CRIMEN QUE TERMINÓ CON URQUIZA
Era un día lunes como hoy, pero de semana santa; era de nochecita, cuando unos 50 hombres armados irrumpieron en el Palacio San José al mando del coronel cordobés Simón Luengo, para cumplir con uno de los objetivos de la revolución organizada por Ricardo López Jordán. La orden era secuestrar a Urquiza, y obligarlo a renunciar.
Aquella noche la partida de Luengo redujo la guardia y cuando Urquiza se disponía a repeler la agresión con un fusil, recibió un disparo en la cabeza y fue rematado de cinco puñaladas.
En ese mismo día eran asesinados en Concordia los hijos de Urquiza, Justo Carmelo y Waldino. Tres días más tarde Ricardo López Jordán era proclamado Gobernador de Entre Ríos.
Tremenda lección para los entrerrianos, aún por estos días tan lejanos en el tiempo de aquel hecho lamentable y tan cercano a la hora de tomar una lección de nuestra historia en materia de lealtades y traiciones.
No en vano hemos acuñado aquello de “el pago de la vaca empantanada”. Es que Simón Luengo un tiempo atrás había podido soltarse de los grillos de una cárcel cordobesa por haber organizado una rebelión…y fue Urquiza quien pagó la fianza para que lo soltaran.
Palabras huecas las hubo siempre y sino tomemos del discurso de R. López Jordán lo siguiente: “He deplorado que…no hubiesen hallado otro camino que la víctima ilustre que se inmoló”.
Para rematar, un personaje de trascendencia como el poeta José Hernández, a quien admiramos por su Martín Fierro, al referirse a este luctuoso crimen dijo: “…su muerte, mil veces merecida”.
La muerte de Urquiza enlutó a una inmensa cantidad de seguidores; en nuestra región, en nuestra campaña poblada por una gran cantidad de integrantes de las tropas del ejército libertador ese triste final fue largamente lamentado.
Por entonces, en el Dto. Tala la Estancia del Estado (del gobernador propietario Urquiza) de cincuenta y dos mil hectáreas, que tenía el casco principal en la Concesión N° 26 de la actual Colonia Nueva de Villa Urquiza (hoy estancia Las Acacias) era administrada por el Sargento Mayor Rudecindo González (hijo del realista Antonio González Gómez y la santiagueña Mercedes Sanabria), uno de los bisabuelos del que suscribe. Contaban nuestros ancestros el dolor y desazón que causó la luctuosa noticia llegada desde el Uruguay.
Desde entonces en la descendencia de don Rudecindo nunca faltó el nombre de "Justo"…
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