Para Conocer la Historia Regional
Por Aníbal González Comas
Parte 15
MÁS SOBRE EL PRIMER ACCIDENTE AÉREA FATAL DE LA BASE AÉREA DE PARANÁ
El teniente 1° Efraín Rivero Olazábal era un joven de 27 años; Su vida inquieta se puede decir que había comenzado allí: sobre un aeroplano. “Había proseguido allí: sobre un aeroplano. Había terminado allí: sobre un aeroplano. Quizás – parafraseando a los fatalistas – podemos decir que el destino le había señalado su lugar de héroe, que es lugar también de los mártires”.
Es que tenía en sus venas la sangre de los héroes. No en vano era bisnieto del general Félix de Olazábal y Llorente, aquel militar íntegro, que supiera batirse cara a cara en las cruentas guerras de la Independencia, en la que por poco perdió un brazo en Talavera de la Reina, Chile, cuando la Batalla de Chacabuco, estando al frente del Batallón N° 8 del ejército de San Martín y luego condecorado como “Libertador de Quito – 1822”, entre otros lauros.
“Con esa herencia ancestral había hecho méritos que siempre lo habían destacado como un hombre recto, un militar íntegro, un amigo leal, un caballero dorado a la antigua usanza. Nacido en Buenos Aires, había sentido la vocación por la carrera de las armas y en su ciudad obtuvo su graduación. Bien pronto se pudieron apreciar sus méritos, habiendo sido con tal motivo trasladado a esta ciudad en comisión, desde el mes de setiembre de 1927, donde desempeñaba el puesto de Ayudante de la Unidad.
El teniente 1º Rivero Olazábal había conquistado aquí el general afecto de sus amigos y colegas, al que se hacía acreedor por sus cualidades morales. La trágica muerte ha sorprendido al bravo militar en circunstancias que se le concedía un pase para incorporarse a la unidad aérea de Mendoza, lo que debía realizar dentro de dos días. Cierra así su breve carrera que le dio oportunidad para destacarse como un buen piloto, que batiera el destino en su furor implacable”.
El sargento 1° Juan Gil Valdéz, “fue también el elegido para acompañar en el vuelo eterno al teniente 1º Rivero Olazábal. Como siempre, confiado, seguro en su estrella, había saltado al aparato que minutos después debería cerrarse como un ataúd sobre el cuerpo. El sargento 1º Gil Valdez era un hombre joven: 28 años. Desempeñaba el puesto de encargado de la sección comunicaciones de la Unidad, donde era estimado por su comportamiento ejemplar. Hacía algunos años había formado un hogar, que hoy deja abandonado con su esposa y tres hijos. El extinto había nacido en la ciudad de Tucumán”.
Entre los objetos que se encontraron en poder del teniente primero Rivero Olazábal se encontraron: el reloj pulsera detenido a la hora en que se produjo el accidente: las 9:50 hs., un anillo, un par de gemelos, el emblema del cuerpo al que pertenecía que había recibido hacía pocos días y una tarjetita con la imagen de la Virgen del Luján. Era el amuleto del desafortunado piloto militar. Un regalo de su madre que llevaba en todos sus vuelos como escudo protector. En el mismo reverso de la estampita había escrito con unción hacia su adorada madre: “REGALO DE MAMITA. CUANDO MI PASE A PARANÁ, SETIEMBRE DE 1927”.
Escribió el cronista, rematando:”… Y a su querida mascota la encontraron junto a su corazón, donde la Virgen había oído las últimas palpitaciones del vigoroso órgano de vida. El capitán Yódice posee dichos objetos, los que entregará a los deudos del extinto”.
El velatorio de los restos de los infortunados aviadores se llevó a cabo en el Casino de Oficiales de la unidad, donde se levantó la capilla ardiente por donde desfiló una numerosa concurrencia, para dar testimonio al sentimiento de pesar provocado por aquella desgraciada circunstancia.
Respecto al accidente, el capitán Yódice, que estaba accidentalmente al frente de la base aérea, se mostró hondamente impresionado por el sensible accidente ocurrido, que conmovía a la opinión pública, lamentado que haya esa la oportunidad de poner el primer crespón negro en los dos años de vida del Grupo N° 3 de Observación; “destacó también la dolorosa repercusión que en el seno de las amistades había tenido la muerte de los dos valiente servidores dela patria, que rinden su tributo tanto en la paz como en la guerra”.
Inmediatamente de ocurrido el accidente de Spazenkutter, el jefe accidental de la Base, Capitán Yódice, ordenó los homenajes y decretos correspondientes, designando la comisión de honores compuesta de oficiales y suboficiales para el velatorio. Integraron la misma: los tenientes Enrique Guntsche, Vicente Villafañe, Armando Barrero y los suboficiales Sargento 1º Mario Rocha y Luis Cuello y el cabo 1º Manuel Mauriño, nombrándose al teniente Parrero para que con el personal de la escuadrilla rinda los honores correspondientes, de acuerdo a los reglamentos vigentes.
Desde el Aeroclub Paraná, en sesión extraordinaria, la comisión directiva adoptó la resolución de adherir y hacer suyo el duelo; enviar una corona de flores naturales; nombrar una comisión formada por los socios capitán Lorenzo Yódice, Sr. Carlos Izaguirre, Bernardo Zumalacárregui y Armando Ballesteros para velar el cadáver; designar al Sr. Bernardo Zumalacárregui para que haga uso de la palabra en el acto de sepelio, en nombre de la institución y pasar notas de pésame y copia de dicha resolución a la familia de los extintos y al 3er. Grupo de Observación. El escrito fue firmado por Bernardo Zumalacárregui, presidente y Carlos Izaguirre, secretario.
Es digna de conocer la expresión de deseo final en la lúgubre nota del cronista:
“¡MARTIRES!...Volaban tranquilos. ¿Tranquilos? Sí. Tranquilos. Confiando en su suerte. En esa suerte que llevaba simbolizada, el uno en una Virgencita del Luján y el otro en la vocería angelical de sus hijitos y el “hasta luego” de su esposa. Confiando en su pericia. Confiando en ese gran corazón que palpitaba ansioso de infinito. Así habían ascendido en un bólido de águila sedienta, en procura de estrellas, de hallarse más cerca del cielo. Así habían surcado el espacio en innumerables veces…Volaban tranquilos. Echaban una vez más la moneda a cara o cruz al azar. De pronto algo que se ahoga en el resoplar estridente. Hombre y máquina, máquina y hombre, luchan contra el manotón del destino. Se diría que en esos segundos relámpagos el hombre máquina logrará vencer. Pero el cielo estaba tan alto y la tierra tan cerca, que ha necesitado el rebote brutal para su ascensión definitiva. Ascensión de mártires. Mártires en la paz. Mártires en la guerra. Mártires ante la tumba prematuramente abierta. ¡Vayan sobre ella las flores inmarcesibles del recuerdo!” [1].
En el cementerio local el domingo 15 de enero por la mañana, previo al oficio religioso, fueron sepultados los restos de los aviadores, dando lugar a una sentida nota; hizo uso de la palabra el capitán Yódice, en nombre de los jefes y oficiales de la unidad, el señor Zumalacárregui por el Aeroclub de Paraná, un sargento por el casino de suboficiales y un civil de grupo[2].