“Morena con la piel de chocolate, siempre te llevo guardada muy cerca del corazón...
¡Dicen que aquí no podemos hacerlo!). La mente, la cabeza es el territorio dormido donde yo decido…¡nada debería estar prohibido! Un beso, otro beso y la pena se va con el humo… ¡y dicen que aquí no podemos hacerlo! Creo que sé cómo hacer para resistir al tiempo, sé cómo hacer para olvidar el dolor, si dicen que aquí no podemos hacerlo. He oído que dicen que aquí no podemos hacerlo. Dicen desconocidos que no podemos. Los pulmones son nuestros dos corazones; la historia se escribe en hojas desordenadas. La mente, la cabeza... ¡si dicen que aquí no podemos hacerlo!...Pero si dicen: aquí no puedo,
no creo yo que encuentre un motivo bueno …Levanta la voz si te dicen qué hacer y qué no hacer; cuanto más grande es la pena más ruido va a hacer al caer y vamos a seguir empezando de nuevo”. (“Aquí no Podemos Hacerlo”. A. CALAMARO)
Nada debería estar prohibido…
¿Será verdad que todo es consecuencia de aquel pecado original?... ¡Tan sabrosa, tan deliciosa es esa fruta prohibida que parece mentira que tengamos vedado disfrutarla antes que se pase de madura… que ni siquiera se pueda compartirla en libertad!
Hay oportunidades en que se dan situaciones que pretenden coartar nuestros sentimientos, por más profundos que sean, porque han sido rotulados por la sociedad inmisericorde como “amores prohibidos”.
Parece que se reeditara para nosotros una nueva versión de “Cumbres Borrascosas” de la inglesa Emily Brontë, llevada al cine por tantos directores…tiene en sí un argumento parecido en algunos aspectos nuestra romántica historia pueblerina, salpicada por esa promiscuidad en las relaciones sentimentales, que no tienen empacho en migrar desde el corazón casi infantil de una rubia jovencita del poblado hasta el ardiente corazón maduro de una tía postiza y, a la vez, jugar con otro romance que podría llamarse “el oficial” para satisfacer con apariencias el ansia de los pacatos y escrupulosos vecinos, abonados permanentes en las esquinas del centro.
En la intrincada realidad que viven estos dos corazones profundamente enamorados se abre camino, hasta ahora de manera casi imperceptible, una preocupación compartida por lo que sería el “qué dirán” de los demás.
Es que hay de por medio cuestiones externas que los ponen en peligro, que se interponen cual barreras, como las interminables dunas de arena de un desierto, que impiden llegar hasta el oasis para saciar la sed de los dos corazones ansiosos de mimos y de besos.
Por eso las apariencias por un lado tratan de evitar que aquellos que rodean la escena todos los días en el lugar de trabajo, no perciban lo que ocurre en secreto, todavía. Sin embargo, por más esfuerzo que realizan, se les hace imposible disimular esa osadía de amarse con locura, ahogando injustamente las ganas de gritar a los cuatro vientos un estridente ¡te quiero!
Uno a uno se van sumando hechos y circunstancias, lo que permite concluir que algo existe. “¡Ya no hay quien lo niegue!” reza un tango. Una mirada, una sonrisa, un regalo y…el teclado tentador donde componen mutuamente en el pentagrama de los sueños las odas al amor, que fluyen virtuosas desde los dedos inspirados en miradas profundas y en mil deseos ardientes y vuelan hacia la infinidad del espacio para compartirlas a través las redes sociales.
El breve encuentro, la cita para la noche, por más cortita que sea, es la esperanza que nace y que consuela ante la inmensa necesidad de verse y de besarse…aunque el mundo se acabe…¡pero - eso sí - sin que nadie se entere!
¿Quién podría enterarse de ese secreto oculto entre registros, claves y permisos para acceder al idioma tuittero de los ciento cuarenta caracteres?
¿Un empleado, un secretario…¡un asesor...tal vez! tendría la osadía de delatar esa relación sentimental tan sincera, tan humana a través de terceras personas por algún motivo en especial?
No lo sabemos, pero es factible, está dentro de los cánones inescrupulosos de los que quieren superar etapas sin mirar quien cae. Puede haber alguien muy cercano que tenga intereses a futuro y que vea en esta íntima relación una posibilidad concreta para complicar el paso de su jefe circunstancial.
Se percibe algo de preocupación en este último cuando, luego del desenfado para acusar sus obsesivos deseos, casi exclama: - ¡qué nadie lea esto eh! -acompañado de una sonrisa nerviosa y el símbolo de una sacadita de lengua.
Finalmente llega el bálsamo para acallar esa intranquilidad, todavía pasajera:
- ¡No… quedate tranqui!
“Algún día despertaremos juntos y escucharemos sólos las notas que quiebran el descanso del mundo en cada amanecer.
Algún día terminará el calvario de llorar mañanas, de encontrarnos solos, de ver nuestras almas agonizar de amor.
Algún día dirá Dios ¡basta! y nos dará lo que otros ya gozaban de antes: la dicha de vernos, de amar sin dolor.
Algún día terminará la angustia de vernos tan solos ansiando el momento de unir en un beso esta gran ilusión.
Algún día ¡Amor! admiraremos juntos las tintas rojizas de cada mañana, seremos dos flores abriendo los pétalos, inundando de aromas todo en derredor; seremos dos pájaros volando en los cielos, saltando en las ramas, cantando de amor”. (Bs. Aires. mayo de 1972. Aníbal González Comas)