CAPÍTULO VIII
Las comunicaciones vía internet en los despachos de la presidencia de la comuna se intensifican día a día y exceden lo oficial, para dar rienda suelta a lo que ya no se puede ocultar.
Los compañeros de trabajo ya se vienen adaptado a lo que desde más de dos años era un secreto a voces. La relación del hijo de jefe comunal con una empleada administrativa ya por entonces se hacía notar en los pasillos y oficinas de muchas maneras, alguna de las cuales llegó a escandalizar a las empleadas antiguas, pero que callaron por miedo a represalias.
Ahora, que todo había cambiado para bien y el ascenso a la secretaría privada había sido un premio a la fidelidad laboral, tampoco todo era color rosa y una mañana como tantas otras, se da un violento cambio de estado de ánimo a raíz de una visita inoportuna.
SECRE: ¿Quién es la morocha, que están todos enloquecidos, me imagino que vos ni la mirastes.
BB: No se se…ni idea… no me gustan las morochas. Jaja.
SECRE: ¿Y porqué demorastes tanto en contestar?...ya me contaron que están todos baboseándose…¡MENTIROSO!!!
BB: Símbolo de ojos con lágrimas. Pero puede tomarse como una ironía y haciendo “la del perro que volteó la olla” como dice el adagio popular.
El pueblo hace más de dos horas se ha despertado, desperezado y está en plena acción, aunque diezmado porque la gran mayoría de sus habitantes se ha ausentado hacia la cercana capital para cumplir con sus obligaciones laborales. Los niños con su blanco paisaje ponen el bullicio que delata el comienza de las clases matutinas en las escuelas que funcionan en cercanías del templo cristiano.
En la comuna es una mañana como tantas, sus oficinas registran el paso incesante de personas y los administrativos y jefes desperezan sus ansias de cumplir con sus roles anodinos, escasos y casi mecanizados.
Desde las ocho de la mañana arriban algunos a realizar trámites varios, entre ellos sobresale la visita de alguien muy particular que concita la atención de todos por igual. Una joven de buen físico, vestida con prendas sugestivas, con una mirada enigmática y caderas incitantes ha llegado a las oficinas centrales con la finalidad de realizar una gestión particular.
Los integrantes de las oficinas donde “se cocina” todo el movimiento institucional han quedado deslumbrados y no es para menos. Aquella agraciada figura femenina complementa a la perfección lo que todo hombre pretende de una mujer y la reacción suspicaz es rápidamente descubierta por la sagacidad del ojo femenino que para estas cosas tiene una visión de lince.
La secretaria, que hasta entonces acaparaba la titularidad en cuanto a mujer llamativa, se ve sorprendida por esa escultural figura femenina que atrae por sí y entonces reacciona mal, con un sesgo de mandona, algo descomedida por cierto si se tiene en cuenta los dos roles con los que juega y que vienen delatando a través de los mensajes que intercambia con su jefe inmediato.
Se terminan por un momento los besos y los ¡te quiero mucho, pero mucho, mucho! y se le salta la cadena una vez más. ¿Es oportuna una reacción de esa manera? ¿no es exagerada si se trata sólo de un celo amoroso?... Seguramente el tiempo lo dirá.
No hay forma de irrumpir en esta oportunidad en la oficina contigua sin dejar de delatar el rechazo que provoca aquella presencia que ha venido a romper con la monotonía cotidiana.
Entonces, en el teclado dibuja en letras su bronca una y otra vez pero la respuesta se hace esperar…del otro lado el silencio se torna preocupante. - ¿Y éste que está haciendo? ¿No será qué…?
Algo sospechoso ocurre tras las puertas, la demora es demasiado prolongada y, para peor, la celosa empleada tiene vedado flanquear ese paso que da directo al despacho del jefe comunal. Atacar para defenderse es una estrategia que por lo general da resultados positivos en cuestiones del amor y parecería que no es la excepción.
Las letras del texto final delatan un estado de ánimo diferente: ¡MENTIROSO!; en esta palabra parece sintetizarse el reclamo casi impertinente de la ofendida secretaria que por unos minutos ha quedado relegada a un segundo plano.
¡No me gustan Las morochas! – es la respuesta justificativa, algo que para algunos memoriosos no es una novedad; ocho años atrás, cuando era apenas un adolecente, ya lo comenzaba a delatar esa atracción por los colores claros cuando dos, tres, cuatro veces por día cruzaba desde su casa al otro lado de la calle para comprar la “Coca Cola”, en una excusa perfecta para mirar unos ojos chispeantes y un bonito cuerpo que comenzaba a despertar desde pechos y caderas.
Pero ahora es otra la realidad; con un margen mayor para dar rienda suelta a las fantasías, sin compromisos formales, la cuestión es sostener la armonía y seguir alimentando un idilio que todavía excita en el presente, aunque con un futuro incierto.
Ya la normalidad ha regresado a las oficinas, sólo el aroma a un perfume exquisito ha quedado flotando en el ambiente como recordando ese pasaje que alegró la mañana de manera significativa para algunos y que fue manzana de la discordia en la íntima relación del funcionario con su secretaria.
“El amor es traicionero, no se elige no es sincero; no podes contar con él, es traicionero. La noche es traicionera, porque nunca
nos espera; si termina en el momento mas difícil es traicionera. Y en algún lugar de espera un sombra traicionera;
la traición es una deuda del corazón. Soy un vaquero y también soy traicionero; hay una deuda entre los dos: el amor es traicionero. También el pasado es traicionero, parece mejor de lo que fue. No podés contar con él, es traicionero.
Si termina en el momento mas difícil, es traicionero”. ("EL amor Es Traicionero”. A. CALAMARO)