Tribuna
de Opinión
POR JULIO BÁRBARO
La Presidenta despliega un poder absolutamente personal, donde las ideas son tan sólo una dependencia de su propio humor. La lealtad a una persona implica lisa y llanamente la renuncia a una parte de la dignidad de sus seguidores. Ella opina libremente. Por lo contrario, los que la apoyan lo hacen obligados, la libertad del que manda es al costo de la del que obedece. Sus seguidores dicen participar de un proyecto, yo siento que dependen de un desarrollo de los caprichos. Como en todo personalismo los odios y las confrontaciones son lo único definido y se van imponiendo a las propuestas, que suelen ser confusas.
El personalismo extremo es un fruto del poder, muy distinto a la representación de una causa. Nelson Mandela ocupaba su lugar aún en la cárcel, Gandhi era un símbolo de una cultura, tan fuerte que su pobreza material definía su grandeza espiritual. Entre nosotros, Perón en el exilio conservaba su vigencia con una lapicera y una máquina de escribir. Y hoy el Papa Francisco, aquel que parecía no ser profeta en su tierra, deslumbra al mundo. Cuando la idea trasciende a la persona, hay autocrítica, humildad y búsqueda de acercamiento con el que piensa distinto. La soberbia suele engendrar pensamientos sectarios y agresivos.
El personalismo no soporta herederos, son la marca de sus límites. Al definir el espacio de las lealtades de sus seguidores impone el cerrado mundo de sus enemigos. Confronta a los disidentes en la misma medida que defiende a los corruptos, pensar distinto es peor que robar porque el régimen soporta la corrupción de todos pero nunca la disidencia de nadie. El dogma está centrado en la persona, la ética termina en el ejercicio de obedecerla. Cuando la obsecuencia se impone al talento la decadencia se instala en la realidad. Y nace la pulseada de los que quieren seguir viviendo del poder y necesitan en consecuencia poner la encuesta por encima de la jefatura.
El oportunismo ve hoy en Scioli su mayor opción de continuidad, los principistas de la Presidenta imaginan que los votos son exclusivamente el resultado de su dedo. Y así se inicia el final, cuando hay leales que cuentan los votos y leales que esperan el milagro del heredero. Todo personalismo que elige un heredero sabe que está erigiendo a su verdugo. Los que creen que la Persona expresa ideas esperan su decisión — tan simbólica como estéril — los otros leen la encuesta, esos números que inician el éxodo del poder personal.
Cuando algunos oficialistas eligen seguir a Scioli es que se terminaron los tiempos de la lealtad obligada para definirse por el amor al poder que pueda permanecer. El kirchnerismo nació como un inexplicable acto de lealtad a la persona, su disolución se inicia con el cambio hacia nuevos elegidos. Y de sólo verlo en su final queda claro que las ideas eran tan escasas como imprescindibles los enemigos. Eso es lo malo del personalismo construido desde el poder, dura tanto como el poder que lo cobija, y luego inicia su disolución. Si hay algo que queda claro es que el poder era excesivo y las ideas mínimas. Son cosas del autoritarismo que la libertad y la democracia necesitan superar.
Julio Bárbaro, Referente histórico del peronismo
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