Admirado. Odiado. Líder indiscutido. Dirigente de fuste. Aglutinador político de raza. Tal vez el único gobernador electo de Entre Ríos, después del general Urquiza, que fue estadista, con plena vocación de poder y rígido ejercicio de la autoridad.
Se fue un grande de la política entrerriana. Sergio Montiel tuvo una preclara inteligencia, espinoso y agudo hacia afuera, supo identificar a sus adversarios políticos y mantuvo a pie firme una conducta intachable.
A veces equivocó el camino por tozudo, pero nadie puede endilgarle yerros cuando nuestra patria caía al abismo en 2001/2002. Tampoco se puede responsabilizarlo por los famosos “federales”, cuando cada provincia sacó su propia cuasi moneda en un momento de un crack de nuestra economía nacional.
Lo traté muchas veces. Fui su seguidor en tiempos en que retornó la democracia a nuestro país. Fui un admirador incondicional de su inteligencia, de su conocimiento y de su capacidad para hacerse comprender. Tuve mis discusiones con don Sergio al punto que, lamentablemente, terminé peleado por cuestiones políticas lo que terminó con mi expulsión de la Unión Cívica Radical en 1994 a instancia de su “pulgar hacia abajo”.
17 años más tarde, nuestra realidad lugareña indica que también aquel fue un error insalvable de su parte, algo que ni siquiera este 23 de octubre se pudo enmendar. Pero esto es materia de otro análisis.
El último caudillo, el único caudillo que ha generado la democracia entrerriana se ha ido y las palabras no alcanzan. No nos conforma un adiós a la distancia…¡haya paz en su tumba!
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