OPINIÓN.
Para aplanar la curva de contagios y evitar
colapsos sanitarios, las estrategias fundamentales constan en el
distanciamiento social. Todas las naciones coinciden en ese punto. Pero,
¿alcanza solo con eso? Este panorama se vislumbra hasta tanto no logremos que
una gran mayoría adquiera inmunidad de forma activa, o de forma pasiva, a
través de una vacuna.
El Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), un prestigioso ámbito universitario de los Estados Unidos, en conjunto con el Imperial College de Londres, realizó una publicación a principios de la pandemia que viene actualizando al paso del tiempo y que mantiene su vigencia.
Según su modelo investigativo, la mejor estrategia para frenar la pandemia de coronavirus requiere que nos confinemos durante dos meses seguidos para salir al tercero, pero con normas sociales que deberán cambiar drásticamente.
Si se están preguntando cuándo retomaremos nuestro
ritmo de vida habitual y, dejando de lado las cuestiones de orden económico -no
por menos importantes-, deberemos tener en cuenta que la mayoría de nosotros
todavía no somos conscientes de que será difícil volver a la normalidad, es
más: algunas cosas, quizás, nunca volverán a ser como antes.
Los investigadores del Imperial College propusieron
una forma de actuar donde, cada vez que se supere un umbral de casos
determinado en cada lugar, el país cierre los centros educativos e imponga el
aislamiento social hasta tanto el número de contagiados vuelva a cifras que
sean sustentables de asistir.
Con base en este estudio, la propuesta es cerrar y
aislar a la población durante 60 días, para luego “liberarlos” durante el
próximo mes. Un mecanismo a llevar a cabo hasta tanto se disponga de la vacuna.
De más está decir que hablamos de un antídoto eficaz, cuestión que no sabemos
cuánto tiempo demandará conocer la efectividad del mismo. Resumiendo: seríamos
“libres”, un mes de cada tres.
Y si de supuestos hablamos, agreguemos el pensar en
un virus cuya cepa no mute y obligue a desarrollar una nueva vacuna cuando esto
ocurra.
¿Cómo se entiende esto?
Científicos de Houston, en los Estados Unidos,
secuenciaron más de 5.000 cepas del COVID-19 y revelaron una acumulación
continua de mutaciones del virus, entre ellas una que puede haberlo hecho más
contagioso.
Si bien el 99 por ciento de las cepas de nuestro
país es única, esa “estabilidad” de la genética del virus depende de una serie
de factores locales difíciles de prevenir.
En artículos previos, mencioné cómo la pandemia
puso de manifiesto la fragilidad del sistema de salud en casi todo el mundo y,
a riesgo de volver a sufrir situaciones similares, deberemos pensar en
adaptarnos a una nueva forma de vivir, trabajar y relacionarnos.
Esto aumentará las desigualdades, pues como la
historia lo marca, quienes perderán más serán los más vulnerables y muchos, que
sin serlo hoy, debutarán como tales al perder demasiado. Esa “clase perdedora
no será la política. Si bien la combinación de pandemia e impacto económico
provocará nuevos y desastrosos efectos, no cambiará el orden mundial.
La historia demuestra que las pandemias no
afectaron las políticas de las grandes potencias: La gripe española de 1918 y
1919, la más devastadora en término de muertes, hoy apenas se recuerda.
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