martes, 5 de enero de 2021

CANTO AL GAUCHO

Del Pbro. Raúl Entraigas

 Préstame tu melopeya, famosísima calandria, porque tengo que cantar a tu “aparcero”, al centauro legendario de las pampas, que endulzó sus horas tristes con tu voz y gratísima compaña, trasegando tu armonía en el hondo manantial de su guitarra... ¡Que sus cantos son rapsodias de sublimes melodías de calandrias!...

Ya se hundió el luminar de la hidalguía, sólo quedan los destellos de su fama. Se fue el gaucho. Lo llevaron enredado entre sus mallas, la tristeza, los recuerdos... ¡Las nostalgias!

Se fue triste. Era una tarde. Yo lo he visto sobre el viejo “malacara” que avanzaba al “Trotecito”. Iba agobiado bajo el grávido equipaje de sus ansias... ¡Que no hay fardo que así pese como el fardo de las penas en el alma!

Se fue solo. Bajo el poncho no ha llevado más que penas y dolor… y la guitarra; pues si existe algún remedio para el golpe del puñal de la desgracia, es el fármaco vital de los estilos, es el bálsamo lustral de las vidalas…

Lo empujó hacia los desiertos el avance arrollador de las olas humanas; lo envolvieron unas nubes de progreso que asfixiaban! Lo ofuscaron esas negras espirales que empenachan los talleres y las fábricas; lo arrastraron los secuaces de las furias, que devoran, como monstruos, las distancias.

¡Ah! las tardes veraniegas... ¡Ah! las tibias noches claras que pasábase floreado en el alero a los besos de esa luna siempre pálida! ¡Qué de arpegios! ¡Qué cadencias no arrancaba a su guitarra difundiendo melancólicas dulzuras por el ámbito infinito de las pampas!...

Ya los ruidos estridentes de ciudades y el jadeo sofocado de las fábricas ahuyentaron ese ritmo peregrino que gemían tristemente las guitarras; esfumaron esos cuadros de la pampa, los dulcísimos idilios, las ternísimas baladas; y extinguieron en el gaucho la hidalguía, que era el sello de la raza.

Ya se ha hundido el luminar de la hidalguía... ¡Sólo quedan los destellos de su fama! Ya han rendido su alta copa los ombúes... ¡Los patriarcas! Los que otrora recibían vasallaje de los sauces, los lapachos y los talas; los que otrora presidían la campiña con su efigie mayestática y bizarra; su follaje ayer delicia de las aves, paraninfo colosal de la calandria, hoy son restos funerales, troncos viejos, yertas ramas, que retuercen su ludibrio cuando pasan restallando, como furias, los pamperos impulsados por los genios de la pampa…

Pero quedan sus raíces. ¡Quién arranca los tentáculos de acero que han hundido de la tierra aglutinante en las entrañas!

Así el gaucho... echó raíces en la gleba americana.  El pasó como un ensueño visionario, el pasó como un fantasma; pero quedan hondas huellas de su paso, imborrables, siempre claras, porque supo donde había de imprimirlas:
¡En el alma!

Desde entonces es el alma de los criollos el sublime relicario de una raza que vivió unas diáfanas de gloria, que soñó en las horas rojas de la hazaña, que murió como la flor de los eriales agostada por el sol de sus nostalgias, y dejó de sus recuerdos empapado el escenario de la pampa…

Y por eso el gaucho “vive”.
Vive triste en las patéticas tonadas que musitan sobre el surco los labriegos, o que cantan en el tambo las muchachas; vive alegre y laborioso en las ásperas faenas de la “estancia”; vive envuelto en el misterio de la histórica “tapera” abandonada; vive errante y peregrino en las hondas soledades de sus pampas; vive y sueña en los “estilos”, vive y sueña en las “vidalas", vive y sueña en los “malambos”, vive y reza en los compases de las zambas...
(Hoy el gaucho es un espíritu: 
El espíritu inmortal de las guitarras).

Vivirás noble centauro legendario como fibra de la raza, mientras alce su cumbrera un ranchito allá en la pampa; mientras hay en los rodeos un “trenzao” y hacienda brava; mientras digan los poetas en sus versos lo que sueñan en las noches de sus almas; mientras rimen los acentos de los bardos con el eco arrullador de las guitarras; mientras lleven las vihuelas en sus flecos la simbólica bandera azul y blanca; mientras vibren en el alma de los vates las cadencias no aprendidas de la Patria; mientras lleven enredados los troveros en el mágico cordaje de sus arpas, un retazo de los cielos argentinos…
… ¡Y un retazo de su pampa!...

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