18 MONEDAS DE 20 FRANCOS FRANCESES DE 6,45 GRAMOS CADA UNA
MÁS DE CIEN GRAMOS DEL PRECIOSO METAL
El hallazgo está tasado en alrededor de 23 millones de pesos!!! Una fortuna que pasó a manos de los familiares descendientes del difunto de origen suizo, más precisamente don Juan José Rudaz, (conocido por "Jorgelino") originario de Vex, Cantón de Valais, Suiza, nacido por 1844.
Juan José Rudaz fue parte del contingente de inmigrantes que llegaron al país destinados a la provincia de Corrientes para poblar la Colonia San Juan que quiso fundar el gobernador Pujol y que fracasó en su inicio por divergencias con los empresarios colonizadores.
El tesoro pasó a manos de una de sus hijas: María Juliana Rudaz Micheloud, esposa de Clemente Davin Rossard ( natural de Saint-Germier, Deux-Sèvres, Poitou-Charentes, Francia), luego de haber intervenido la Policia de San Benito.
El hecho ocurrido hace setenta años atrás, el martes 1 de noviembre... de 1955 ... causó un gran revuelo y comentaios diversos entre la gran concurrencia que por los días de ánimas llegaban al cenmenterio parroquial.
Detalles completos del hallazgo en. Semblanzas de San Benito. Tomo III, de Aníbal González Comas, que se puede leer en Google Play Libros):
LAS MONEDAS DE ORO EN EL CEMENTERIO PARROQUIAL
Cuando se aproximaba la época de los “Días de Ánimas” toda la comarca se movilizaba. Aquella romería multitudinaria acudía al cementerio parroquial de San Benito recorriendo distancias con carruajes de todo tipo, como también en los vehículos motorizados de la época. Llegaban desde poblaciones como Viale, María Luisa, Merou, Sauce Pintos, Espinillo, Seguí, Villa Urquiza, Paraná y de la zona comprendida por la Colonia 3 de Febrero.
Donde actualmente está Parque de la Paz era una chacra, donde me crie desde niño así que recuerdo bien aquella circunstancia. Recuerdo que muchos visitantes pedían permiso para dar agua a sus caballos en el tajamar que nosotros teníamos en este campito, cuyos límites daban con el alambrado circundante del cementerio.
La muchachada, mis hermanos, vecinos y otros de la zona se dedicaban por entonces a ofrecer el servicio de carpido (la mayoría de las tumbas estaban en tierra), de pintura de cruces para lo cual los muchachos tenían unos cajoncitos similares a los de los lustrabotas, con dos o tres variables de pinturas, kerosene y pinceles, servicio que ofrecían a los que llegaban a visitar a sus deudos. Por último también era una forma de ganarse algunas chirolas, con un baldecito de aceite de 4 litros, con el que se ofrecía agua que se extraía de una lagunita al costado del camino del lado oeste del cementerio. Por esta época no había agua corriente así que este servicio rendía una suma interesante para los chicos, entre los que me incluyo, porque llegué a hacer esta changa en los días de ánimas, entre los días 1 y 2 de noviembre, que podían incrementarse debido a como cayera el fin de semana, es decir, que la romería podía extenderse hasta cuatro días.
Por el año 1955, hace 54 años, el martes 1 de noviembre, todo era movimiento en el interior del cementerio. Los visitantes con sus flores naturales o con flores artificiales, muchas de las cuales se vendían frente al mismo cementerio, homenajeaban a los difuntos, oración mediante y luego comenzaban a “comadrear”, como se decía, saludando a cuánto pariente o conocido encontraban. Algunos de los que llegaban aprovechaban para realizar traslados o exhumaciones a los que llevaban muchos años sepultados, llevando los restos que se recuperaban al osario general, que estaba frente a la capilla del cementerio.
Aquel día se presentaba calmo, sin
viento, con un sol que apretaba un poco y con pocas nubes que contribuían a
mantener una temperatura agradable.
Los carruajes habían sido arrimados al alambrado en las cercanías del acceso principal por pobladores de la región que intentaban visitar a sus seres queridos, cuyos restos descansaban en el cementerio parroquial. Al ingresar, tal como era costumbre, la mayoría se persignaba y elevaba en silencio una oración, para dirigirse luego al sector indicado, sorteando algún desorden y las malezas que señalaban el poco cuidado que dispensaban al lugar los responsables de esas instalaciones públicas.
Aquel día no eran muchos los visitantes. Algunos trataban de encontrar al referente principal del cementerio, al sepulturero don Vicente Bearzi para hacerle alguna consulta y otros, luego de visitar a sus familiares y amistades, comenzaban a recorrer las sepulturas en general para ponerse al día con los últimos sucesos.
Alrededor de media mañana se rompió la calma. Gritos desaforados partían del sector al norte de la capilla y enseguida cundió la alarma. Nadie se explicaba lo que podría estar ocurriendo. Se imaginaron cualquier cosa por tratarse del cementerio. Algunos changarines, entre ellos Raúl y Oscar González, estaban observando con curiosidad lo que ocurría y de a poco fueron llegando hasta el lugar de donde partían aquellos gritos otros curiosos.
Había ocurrido que don Juan Gervasutti,
más conocido como “Juan Niervín”, había encontrado monedas mientras desenterraba
un finado y al verlas comenzó a gritar:
- ¡Oro… Oro… Oro! - lo que de inmediato hizo que la curiosidad agolpara a varios circunstanciales visitantes alrededor de la tumba.
Dadas las características de don Juan
‘Niervín’ Gervasutti, pocos creyeron que podría tratarse de oro, pero grande
fue la sorpresa cuando otros que trabajaban en el cementerio tomaron la
iniciativa, colaborando para desenterrar con cuidado aquellos restos y se
encontraron con la gran sorpresa de que se trataba nada menos que de 18 monedas
de oro de nacionalidad francesa (eran de veinte francos franceses de oro, 6,5
grs. del preciado metal), que había llevado el finado al momento de enterrarse.
De acuerdo a la versión de Raúl González, presente en ese momento, las monedas se encontraban en una bolsita (similar a las faltriqueras de las mujeres) que estaba cosida al saco del finado a la altura de la hombrera.
Se trataba de don José Ruda, suizo francés que había fallecido en 1915. Nunca hubo una explicación lógica sobre el motivo por el cual se había sepultado a este inmigrante, original de la Colonia San José, donde se ubicó cuando el general Urquiza llevó allí a un importante grupo de inmigrantes que en 1856 no habían podido instalarse en la fracasada Colonia San Juan de Corrientes y no encontraban lugar donde instalarse.
Años después, los Ruda vinieron a la mal llamada zona de San Benito Sur, en realidad era El Saucecito, más precisamente al sur del campo de la Base Aérea, porque otros familiares provenientes de la Colonia Esperanza de Santa Fe, se habían radicado con anterioridad en esa zona.
La noticia del miércoles 2 de noviembre
de 1955, publicada en “La Acción” de Paraná, decía lo siguiente:
