la
hija de Cristina Fernández Vda. de Kirchner
LOS
AGUJEROS DEL DERECHO A LA IDENTIDAD
Fue
Hebe de Bonafini quien comenzó este tema hace algunos años y d...ijo que la
encontró accidentalmente buscando unos chicos robados.
El
caso tiene las añadiduras necesarias para alterar la sensibilidad de
cualquiera, y es que al inconcebible abandono se le sumaría una serie de
injustificables razones. Una de ellas sería la temprana edad en la que Cristina
habría dado a luz a la pequeña, algo bastante condenado para una joven de 19
años en los años 70. La otra causa de abandono de la niña sería que la misma
habría nacido con las capacidades mentales reducidas.
Carolina
Pulqui, ese sería el nombre de la hija no reconocida de Cristina, la cual no
sería producto de la relación de la actual presidenta con Néstor Kirchner, sino
el resultado de un corto pero pasional amorío con un maduro militante peronista
mendocino.
El
futuro de la pequeña Carolina parecía estar escrito: Cristina era demasiado
joven, él demasiado viejo y nada estaba bien visto, incluso el síndrome de down
con el que habría nacido la pequeña y que pareció terminar de convencer a
Cristina. No había otro remedio, el abandono de la niña parecía perfilarse como
la única opción. Pero nada puede esconderse bajo la tierra. Fuentes cercanas al
staff íntimo de la presidenta afirman que Cristina habría quedado estupefacta
el día en que Carolina la señaló por la calle en un encuentro casual por La
Plata. “¡Mamá!”. Habría gritado la niña mientras apuntaba a la, en ese
entonces, Primera Dama.
Cristina
siempre habría querido mantener las contadas visitas al Centro de
Rehabilitación San Juan de Dios de La Plata -lugar donde se habría desprendido
de Carolina al nacer- lo más ocultas posibles, queriendo hacer de cada visita a
la niña un acto casi desapercibido. Pero la popularidad política de Cristina
fue haciendo esta rutina cada vez más ardua, y la gente habría empezado a
sospechar. El traslado de Carolina a otra institución habría sido inminente.
La
casona de la Avenida Alvear, entre Rodríguez Peña y Montevideo le habría
parecido a Cristina el mejor lugar donde resguardar a su hija de ya 36 años. El
terreno no sería una clínica o centro especializado alguno, sino una simple
casa vieja y oscura de la Recoleta, donde tutores se encargarían del cuidado de
Carolina.
Oportunamente,
en el año 2007, previo a la asunción de Cristina como presidenta de la Nación,
dos periodistas de este medio montaron una larga guardia en las afueras de la
casona de Avenida Alvear con ansias de investigar el tema. Pudo verse a
Cristina entrar al menos dos veces a lo largo de un mes. El silencio en la zona
era de radio, el tema estaba prohibido. Cristina asumió la presidencia y no se
volvió a verla por el lugar.
Suena
lamentable, pero ella no sería la única funcionaria de este Gobierno —que supo
hacer de los derechos humanos su mayor bandera— en no reconocer a sus
descendientes. El jefe de Gabinete Aníbal Fernández quedó expuesto luego de una
investigación de Revista Noticias publicada en febrero de este año en la que
once fuentes cercanas al jefe de Ministros confirmaron que el mismo no ha
reconocido a su hija de 14 años a la que le niega el apellido y que es fruto de
su relación con una funcionaria jerárquica de la Jefatura de Gabinete que él
comanda.
Un
mes más tarde, este periódico informó la historia de Mariano Perrone Lutri, un
chico de 25 años producto de un romance de mediados de los años 80 entre Néstor
y la jueza santacruceña Luisa Lutri, que también gozaría de ese olvidado
derecho que los Kirchner dicen recordar en todo momento: el de la identidad.
Son
tristes y alarmantes las contradicciones en la que cae el Gobierno en ejercicio
al tener una faceta en la que los derechos humanos son incluidos en todas sus
peleas, incluso en las de la prensa, pero que la práctica de los mismos sea tan
distinta en la realidad.
La
historia de la primera hija de Cristina es escalofriante, no sólo por el
prohibido y amenazado silencio que expresan quienes rozan este hecho, sino por
el inquietante significado que representa el abandono de una hija en la
situación en que Carolina se encontraría.
¿Qué
podría esperarse de una mandataria que se jacta de ser una madre ejemplar y una
luchadora de los derechos humanos cuando no podría reconocer ni a su propia
hija? ¿Quedaría algo más allá que discursos vacíos de contenido si esto fuera
cierto?
Dicen
que es mucho más fácil luchar por un ideal que practicarlo, pues muchos
argentinos rogarán que esta historia no sea cierta: la perversidad comandando
la Argentina hasta podría rozar lo peligroso.
Hipocresía
hasta decir basta.
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